Las ilusiones de José Miguel Herbozo

Las ilusiones es el quinto libro de poemas del poeta, traductor y crítico José Miguel Herbozo (Lima, 1984), y cuarto título de nuestra colección de poesía «Las Musas Inquietantes». Herbozo es doctor en literatura latinoamericana por la Universidad de Colorado Boulder y profesor visitante en Colorado College. Ha publicado los poemarios: Acto de rito (2003), Catedral (2005), Los ríos en invierno (Premio Nacional PUCP de Poesía, 2007) y El fin de todas las cosas (2014).

Las ilusiones de José Miguel Herbozo

Algunos poemas del libro:


Algunos comentarios sobre el libro:

Las ilusiones de José Miguel Herbozo, por Cristian Briceño
En el texto leído por Jorge Wiesse durante la presentación de Catedral, primer conjunto de poemas de José Miguel Herbozo, se nos advierte que a pesar del supuesto empleo del verso libre como una retórica de lo discontinuo y lo fragmentario, este procedimiento entraña una búsqueda de nuevos órdenes en el quiebre aparente de la fluidez. He querido iniciar con este comentario, ya que unas de las cualidades que me atrajo desde el primer momento hacia la poesía de Herbozo ha sido precisamente el oído que tiene al momento de edificar el andamio del poema. Lo conocí hace varios años a través de sus libros, más precisamente por Los ríos en invierno, por el que mereció en 2007 el Premio Nacional de la Universidad Católica. Una de las claves de este libro es la elección de los epígrafes. Nueve de los catorce poetas que Herbozo convoca escriben abiertamente o adaptan el metro rígido como panoplia en sus lides con la poesía, entre ellos Carlos Germán Belli, Quevedo, García Lorca, Vallejo y Fray Luis de León. Voy a tomar dos ejemplos. El primero sería el de Garcilaso, cuya poesía parece promover una variedad de ritmos que, más que meditados, se originan a partir de una pura intuición poética que, gracias al talento, parece imaginar el mundo en liras y estancias, con una facilidad parecida a la que la tradición inglesa le atribuye a Milton, de quien se dice que, ya ciego a causa del glaucoma, dictaba a sus hijas estrofa tras estrofa de blank verse (o verso blanco) con el que compuso el Paraíso perdido. El segundo ejemplo, más actual y cercano a nosotros, vendría a ser el de Vallejo. Recuerdo que en mis primeras lecturas de los Poemas humanos no había caído en cuenta de que casi todos los textos que componen este libro póstumo significaban un retorno a la fe en las estructuras clásicas del verso, que parecía haberse desenfrenado en Trilce, pero con la salvedad de que Vallejo no se limitaba simplemente a cincelar una áspera métrica, sino que resignificaba esta vuelta a la tradición con un trabajo en la sintaxis, el encabalgamiento y, sobre todo, la creación de giros idiomáticos y la potencia que puede alcanzarse cuando se es consciente de la carga semántica de las palabras; por ejemplo, nadie como Vallejo para insertar en un verso expresiones como “rojo enrojecido” o “un pilar pilaroso”, o escribir “Mecánica, sincera y peruanísima / la del cerro colorado! / Suelo teórico y práctico”, con lo cual se forma el endecasílabo heroico seguido de dos octosílabos, pero ya no son simples ejercicios de métrica que cualquiera podría haber conjurado. Herbozo, en Los ríos en invierno, deja en claro su intuición de poeta. Una lectura rápida del libro, además de placentera, nos revela a un autor cauto que primero ha explorado la tradición y sus formas establecidas para recién entonces hacer suya la poesía que le está prometida. Yo diría que tiene un oído privilegiado, una intuición que crea esa música tan difícil de lograr y hace imposible que el lector escape del cauce del poema. Así, la lectura de Los ríos en invierno se convierte en un momento de verdadero disfrute del poema, ya que su habilidad lo vuelve asequible (pues hasta para leer un poema en nuestro idioma se necesita un mínimo entrenamiento, sino podemos recordar que no cualquiera está capacitado para leer, p. ej. algo de Herrera o de Góngora, con sus diéresis e hipérbatos):
(…)
solo la luz no perece
se transforma
en crujidos de viento que se elevan
nuestros muertos se pelean entre ellos
van al mundo
con la mano sometida a las cadenas
donde desatan los cuerpos
otras manos
sujetando una cruz de cemento
& la casa que nunca dormiremos
viene al mundo la agonía
no saberse en el libreto desigual
y menos denso
mientras humo se disipa & los sentados
se rebajan

para canto de invierno

Sin embargo, esta es la mitad del trabajo. Hay en Los ríos en invierno una madurez en cuanto a la elección de los temas, cuya solemnidad aparente nos transporta a estados de ánimo que pueden ir del amor a la desolación existencial, siempre cuestionándose por una soledad que es, a su vez, la doble soledad de quien escribe y quien, posteriormente, lee. Temas similares motivan las líneas de El fin de todas las cosas, su libro siguiente. Además de los argumentos anteriores, Herbozo encuentra también una motivación en la idea del tránsito no solamente corporal, sino también de la misma naturaleza, de las estaciones, de los estados de inspiración y bloqueo, de la palabra en sí. Hay, en todo esto, una vitalidad que se impregna en el núcleo mismo del poema y lo modifica con respecto a su anterior entrega; por ello, pienso, las estrofas parecen sólidas catedrales de ideas, y aunque sea difícil de percibir, la música todavía permanece unida a estas mismas ideas. Es más, hay islas que parecen haberse desprendido de su libro anterior, como en el poema que principia la sección titulada El cerco invisible:

(…)
un día que condensa la confusión, el odio,
vuelve ardiente y amarga la música, la niebla,
la flama, el ardor fatuo, la bruma de los planes,
el cielo saturado al sol de las promesas.

(…)

Esta introducción ha sido necesaria para abordar el libro que hoy nos congrega. Leer Las ilusiones ha sido similar a un paseo gustoso pero significativo, como del que nos habla Stevenson en su ensayo sobre las excursiones a pie. Quisiera referirme primero al título, tomando en cuenta dos acepciones. En la primera, se nos refiere que una ilusión es un concepto o imagen falsa, sugerida por la imaginación o provocado por un engaño de los sentidos; en una segunda, la ilusión se transforma en la esperanza que nos llama con su atractivo, con su canto de sirena, como a Ulises, como a Butes. Me resulta imposible no recordar el clásico de Balzac, Las ilusiones perdidas, sobre todo su primera parte, titulada “Dos poetas”, en donde se da cuenta del ascenso de Lucien Chardon en la sociedad, y también el de su hermana y el esposo de ésta, quienes, con grandes esfuerzos, consiguen sacar adelante una imprenta de provincia, a pesar de que la desgracia siempre parece acechar y no darles tregua. Si la novela terminara ahí sentiríamos que se nos está despojando de ese movimiento que traza un ascenso y una caída. ¿Por qué es tan adictivo el ciclo de poemas sobre Spoon river de Edgar Lee Masters? Precisamente porque nos permite acceder a ese arco que describe el tránsito de la dicha a la fatalidad de los personajes, en los cuales nos reconocemos y de los que nos compadecemos. En Las ilusiones, Herbozo nos aproxima a ese mismo movimiento, pero no a partir de la evidencia de un poema narrativo, sino que entiende el poema como el lugar de aquello que se intuye ad eternum, de la elipsis y la imagen breve, aunque reveladora. En uno de los poemas de mitad del libro podemos advertir que, luego de la desilusión, del desengaño, aún permanece el indicio de la belleza y todo aquello que en los momentos de resignación nos ayuda a sobrellevar la pérdida: “Bajo umbra ramada se detiene el ojo / para canto del mirlo, / aunque el mirlo ha partido buscando otro río / para amainar la pena”. En la defensa que hace a su Cimetière marin, Valéry nos dice: “En el mundo lírico, cada momento debe consumar una alianza indefinible entre lo sensible y lo significativo”. Lo que Herbozo formula en el fragmento al que he aludido, entonces, propicia esa comunión entre los sentidos y lo que todo texto propone como unidad de significado; recuerda particularmente a ese poema de Stevens, Trece maneras de mirar un mirlo, que parece ser un manual de instrucciones que guía nuestra sensibilidad, manifestada a partir de los sentidos de cada quien, para realizar una actividad trivial y que, en apariencia, supondría un accionar instintivo o maquinal, cuando, en verdad, la poesía, muchas veces, asume el papel de educador de nuestras emociones, debilidades e, incluso, de nuestros tiempos de ocio. Este es uno de los logros que Herbozo alcanza con Las ilusiones, lo que, en última instancia, justifica esta publicación. A mi juicio, si en El fin de todas las cosas existía una hegemonía de la idea como ente ordenador del poema, en este nuevo libro se ha alcanzado un nuevo estado, de gracia, diría, que quizá responda a una síntesis de todas las exploraciones previas del poeta, con lo que la imagen y el ritmo se han hermanado, y aunque las ideas se mantienen, han ganado significado, ya que no sorprenden por profundas, sino por profundas y fácilmente asimilables, lo cual es algo notable y supone un logro en cuanto a la poética de Herbozo. Los poemas están llenos de ejemplos notables, por lo que se me hace difícil elegir dos. El primero: “Esperas imitar la humedad de la arena / junto al río, y distancia para todo efecto / que no pueda la voz”. El segundo: “Un jilguero descansa bajo el molle / tras cruzar en el sueño el ancho río”. En estos versos lo que encuentro es un innegable talento para llenar de sentido e imagen los versos, y que no se sientan como oportunidades perdidas o, mejor aún, como tramos de un paisaje desolado en los que nada hay que ver antes de llegar a nuestro destino. Asimismo, debo mencionar que el sentido de ilusión se encuentra también como imagen especular, ya que la mención al sueño a lo largo del poemario deviene vigilia y reporta una gama de significados que un estudio pormenorizado podría develar. Nuevamente tenemos una tensión entre calma y pesadilla, entre lo ideal y lo real o, como diría Cernuda, entre realidad y deseo. Este también es un motivo para Quevedo en sus Discursos, tan llenos de personajes que asumen el sueño como el único escenario posible donde se revela lo trascendente, aunque poblado de desesperanzas y dolores, ya que, como nos dice Herbozo: “Tan solo un sueño / es lo que existe / un sueño solamente / es real”. El antídoto a todo esto también parece encontrarse en Las ilusiones, precisamente en aquellas piezas donde Herbozo nos aproxima al consuelo de la escritura o la palabra: “Diré que el sol resiste / mientras la música limpia la emoción del rostro, / aunque solo la música desengaña al espíritu / y ayuda a competir la noche, la curva de la luz”. Estas ideas son similares a las expuestas, por ejemplo, en la Comedia de Dante, en el célebre verso del Canto V del Infierno, Nessun maggior dolore /che ricordarsi del tempo felice / nella miseria, que a su vez es una reminiscencia de la prosa II de La consolación de la filosofía de Boecio, aunque en el caso de Herbozo sería más bien una consolación de la poesía, esa doctora que alivia nuestros pesares ante las ilusiones que parecen alzarse cada día solo para caer ante nuestros ojos. Para concluir, debo anotar que una vez más la cadencia de los versos en este nuevo libro de José Miguel Herbozo es tan notable que se ha convertido ya en una marca de estilo, y además no puedo dejar de mencionar el par de magníficos sonetos que ha decidido incluir y significan, para alguien que, como yo, admira el trabajo y el examen de la tradición, un motivo de aplauso por sus conocimientos y su real compromiso con la poesía.

Sobre Las ilusiones de José Miguel Herbozo, por Úrsula Alvarado

Con evocador título, José Miguel Herbozo nos presenta su quinto poemario: Las ilusiones. Su lectura ha sido una invitación a descubrir las no tan sutiles falencias del ser humano y su verdadera conexión –o quizá sea mejor decir desconexión– con el mundo. Considero necesario resaltar que la más antigua acepción del término ilusión presenta una connotación negativa, pues proviene del latín ilussio que significa engaño, esto es, una percepción o idea totalmente alejada de la realidad. La connotación positiva y romántica de la ilusión que hoy usamos con mayor frecuencia –es decir, aquella expectativa favorable que tenemos de algo o alguien– es mucho más actual y está relacionada al término sueño, derivada de la acepción que lo define como “proyecto, deseo, esperanza sin posibilidad de realizarse”. No es casual que la palabra sueño se repita 22 veces en este poemario, aunque por aquellos artificios del lenguaje, del sueño también deriva un sinfín de significados.

Inteligentemente, el poeta hace uso de las diversas connotaciones que nos ofrece el lenguaje para transmitirnos su percepción del entorno que lo rodea. El verso con el que inicia el libro me parece clave y necesario, toda vez que exhorta a la mirada objetiva para entender nuestro paso por el mundo: Una piedra en el zapato para llevar el camino con uno en el viajar (pág. 11). Más adelante, leemos: El mundo enseña a diario que muy poco sabemos. (pág. 43). Los textos de este conjunto parecen nacer de la contemplación y reflexión acerca del hombre como especie y sus más grandes preocupaciones: la felicidad, la eternidad, su trascendencia en el tiempo. Cito: Uno es mínimo ante el mar, uno es mínimo siempre, pero nos gusta decir “siempre” sobre especies lejanas y nadie nos detiene en eso. (pág. 15)
Algunas páginas después leemos el siguiente verso: Los poemas son oscuros e inútiles como la paz de quien sueña, a riesgo de un engaño, un verano de promesas sobre la quietud. (pág. 43). No solo estas búsquedas son vanas ilusiones, lo es también nuestro aparente poder en el mundo, el ego del hombre es también un engaño, lo embriaga y lo hace perder su natural conexión con la matriz. Son, como dice el poeta, tiempos donde nadie viaja hacia afuera del yo (pág. 34).
Conforme avanzo en la lectura, pienso que el yo poético va ganando fuerza con cada poema, como si se atreviera cada vez más a decir aquello que siente, lo agobia o desilusiona. La palabra rueda y se enciende. Hacia la mitad del libro, el sujeto poético se explaya sin vacilación alguna:

Entonces viene el hombre a hacer estupideces
y mide la montaña desde el fondo de su ego
imita al animal cuando reposa o distiende
es ambicioso el hombre se celebra en sueños
en el deseo del otro la visión del otro
(…)
El mundo es más o menos lo que siempre ha sido:
Salvajes que se destajan para saciar el hambre.
(Pág. 40)
Es el hombre un ser que involuciona y es tragado por su propio ego:
El desencanto de servirse el relamido plato
de abundante miseria con que alguno alegra
Al saber del más vacío plato de los otros…
(…)
Hay quien cree que las islas acumulan todo el guano
A solas, y defiende el ego – interno traicionero-
Bajo las luces impuestas. Viejas glorias sin gloria
Guiando como buitres a la mierda al bruto simple
Que sueña con ser santo de la iglesia en cuya puerta
Seca botellas de ron hasta pelear con los amigos…
(pág. 53)
Se dice superior mientras se va por las ramas
En un grito de lumbre perdida ante la noche
(pág. 35)

Por otro lado y quizá para aliviar la desilusión provocada por su propia especie, el poeta dirige su mirada hacia la naturaleza. El mirlo ha partido buscando otro río para amainar la pena (pág. 29); también están presentes el bobo, el cormorán, el jilguero; en suma son las aves símbolo de esa naturaleza que vive casi invisible a nuestros ojos.

En síntesis, los 24 poemas que componen Las ilusiones conforman un conjunto bastante homogéneo en cuanto a estructura, temática y belleza. El tono melancólico y reflexivo se mantiene de principio a fin, así como el lenguaje particular en la voz poética de Herbozo que además logra componer imágenes hermosas como cuando menciona al reposo que llega con la sordina del amanecer, mientras lo oscuro enrojece y amarilla… (pág. 41), el argento que baila (pág. 29) o la estrella que acecha en el azul (pág. 34).

Antes de terminar, creo haber advertido en el último poema un quiebre en el sentido del libro, como si luego de la reflexión melancólica a la que nos arroja el poeta, lo tentara la necesidad de mirar con renovada luz lo que lo rodea:

El horizonte me ha borrado de sus líneas,
Me ha enseñado a olvidar los actos de la especie,
A escribir de la luz que enciende si despiertas
Y nadie puede ver…
(pág. 58)

No sé si esta haya sido la intención del poeta, pero luego de tan retadora lectura no puedo sino invitarlos a meditar a través de este libro sobre nuestro propio andar en el mundo y el redescubrimiento de nuestras propias ilusiones.

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