Monólogos desde Babel de Mateo Díaz Choza

Monólogos desde Babel (2020) es el tercer libro del poeta peruano Mateo Díaz Choza (Lima, 1989) y el primer título de nuestra colección ‘Musica Ficta’. El diseño de la cubierta es del taller editorial La Balanza. Foto de Mateo Díaz por Gustavo Quintero.

Mateo Díaz Choza ha publicado los poemarios Av. Palomo (Paracaídas, 2013) y Libro de la enfermedad (Paracaídas, 2015), el último de los cuales obtuvo el primer lugar del Concurso de Poesía – Juegos Florales de Barranco en el 2013. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es candidato doctoral de Estudios Hispánicos en la Universidad de Brown. Poemas suyos han aparecido en Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente (2014) y han sido traducidos al inglés, italiano, francés y catalán. Ha publicado traducciones y ensayos sobre poesía peruana en diversos medios.




Algunos poemas del libro:


Algunos comentarios sobre el libro:
Presentación de Monólogos desde Babel de Mateo Díaz

Por: Luz Ascárate

Es para mí un honor presentar este libro de un poeta que es, ante todo, un amigo. Conocí a Mateo Díaz Choza en 2007, en el salón 315 de los Estudios Generales Letras de la PUCP, junto a otros amigos que, al igual que nosotros, intentaban escribir poesía. Éramos todos tan diferentes en nuestras ideas y gustos que el colectivo poético que surgió de nuestros encuentros se tituló con el número del aula que nos reunía “colectivo 315”, pero, además, con este nombre buscábamos reflejar una cierta inspiración situacionista, común a todos, que nos permitía gozar únicamente del acontecimiento de nuestros encuentros, ya sea en el aula 315 o en el Yacana Bar, sin pretensiones futuras. Por esa época, Mateo se iniciaba en el espectáculo musical, un aspecto que se refleja en su poética, específicamente por ejemplo, en esta última entrega, en “Prefiguración de Babel”, “Una temporada en el desierto” y en “La pasión según Caravaggio”. Estos pinitos musicales me permitieron iniciarme a mí, muy joven en aquel entonces, asidua a sus presentaciones, junto a nuestros amigos poetas, en el contexto jubiloso y juvenil de algunos antros miraflorinos.

Precisamente, como podemos adivinar, desde una lectura biográfica del poema “Monólogo de Mateo”, uno de los más prosaicos de este poemario, Mateo Díaz es, materialmente, una paradoja, pues es un miraflorino pobre, o aún más políticamente paradójico, es un miraflorino sanmarquino. En el mundo poético y en las noches miraflorinas nos cruzamos más de una vez y todo parecía indicar que nuestras poéticas y nuestras vidas se situaban en estilos radicalmente opuestos, tal vez es por ello que Mateo Díaz prefiere a Caravaggio y yo a Poussin, contemporáneos opuestos, que nos han enseñado formas, igualmente opuestas, de tratar con la luz, la religión y la peste. No obstante, podemos reconocernos similares hoy en nuestra condición de expatriados desde donde surge nuestra voz poética. Y este es un poemario sobre la voz, o sobre las voces que dicen palabras que “no son del que las pronuncia ni del que las escribe, porque siempre son de nadie” (p. 81), como afirma Mateo en su agradecimiento final. Y estas voces, que no son de nadie, nos son otorgadas en forma de mono-logos. Quisiera, sin abusar de la etimología, llamar vuestra atención sobre esta palabra, mono-logos, la cual viene de una palabra griega en singular mono (uno, único, singular) – logos (expresión o razón), y que para nosotros hoy alude al arte dramático y designa el plural de un discurso dado por una sola persona. El sujeto poético se anuncia, si prestamos atención a su doble faceta surgida por el uso etimológico y por el uso ordinario del lenguaje, como expresando desde lo uno o lo singular un discurso, pero, a la vez, el sujeto poético se anuncia como siendo plural en su expresarse a lo uno y desde lo uno: una voz (logos) es entonces aquí la recolección unitaria (mono) de muchas voces.

Este expresarse se da “desde” un lugar o un tiempo, digamos, una estancia, la cual es nombrada Babel. Variadas interpretaciones encontramos, en la literatura filosófica, sobre el relato bíblico de la Torre de Babel, en la que Dios (hablándose a sí mismo en plural) decide castigar a los hombres, los cuales, poseídos por vanidad (hybris), se encuentran construyendo una torre que busca alcanzar a la divinidad. El castigo consiste en hacer que hablen lenguas distintas para que no se comprendan, tenemos pues así el origen bíblico de la pluralidad de las lenguas. Una de mis interpretaciones favoritas de este relato es la del libro de Giorgio Agamben, Infancia e historia (2011). En este libro, Agamben interpreta el relato como una verdad sobre cada individuo. En efecto, en la infancia, cuando aún no sabemos hablar, balbuceamos los fonemas de todos los idiomas, nos encontramos en la posibilidad, antes de la construcción de la torre, de aprender cualquier lengua. Sin embargo, mientras nos vamos insertando en una forma de vida y vamos construyendo nuestra historia, nos alejamos de la infancia y de ese silencio primordial que, antes que incapacidad, era expresión de la total capacidad, o de la total posibilidad. Hay, entonces, en lo que llamamos historia, la capacidad potencial de cada individuo de regresar a la infancia, a la suspensión de la historia, de regresar a este silencio que es más que nada, ese silencio que es el todo de la expresividad. Así, cuando hablamos, no expresamos tanto signos manifiestos o ruidos, sino que expresamos todos los signos latentes que están silenciados para hacer posible el manifestarse del signo que anunciamos. Esta lectura encuentra el perfecto complemento con la interpretación del silencio que propone Walter Benjamin en uno de los sus escritos de juventud titulado “Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre el lenguaje de los hombres” (2007). En este texto, Benjamin hace una distinción entre el lenguaje utilitarista, propio de una forma burguesa del habla en el lenguaje ordinario, en el que expresarse responde a fines específicos, y una forma expresiva del habla que reside en el ser espiritual del lenguaje y que se transmite por el silencio que constituye nuestra expresión. Esta forma expresiva y espiritual, guardada en el silencio del habla, representa el lenguaje divino, el cual es dado al hombre a través de Adán, el primero que da nombres a las cosas, lo que muestra que, todo lenguaje ordinario, incluso el más utilitarista, se funda en un nacimiento del lenguaje, un poder divino de dar nombres porque se conoce el silencio. Puede que, la influencia del judaísmo en ambos filósofos, y también en Borges como es claro en el poema “El Golem” (1996), en el relato “Una rosa amarilla” (1972) o en el cuento “La rosa de Paracelso” (1999), los haya conducido a pensar en un silencio que es potencia del lenguaje, como sabemos, la “nada”, para el cabalismo judío, no es ausencia de ser o nulidad, sino todo lo contrario, se trata de una nada condensada, preñada, primordial, dispuesta a ser. Creemos que esta interpretación de lo que puede significar Babel en el título del poemario, es una acertada pista de lectura para leer los motivos lingüísticos (a), religiosos (b) y musicales (c) de estos poemas. Los motivos lingüísticos pueden ser divididos en dos: la reflexión sobre el silencio, lo que llamamos lenguaje divino o místico, y que, gracias a Wittgenstein, pueden ser llamados también “problemas de metalenguaje” y motivos auto-referenciales: aparece el nombre de Mateo Díaz como un elemento no anodino en el texto. Exploremos estos puntos antes de pasar a los dos siguientes.

En “Ora, cero”, aparece esa nada que no es nulidad sino principio potencial. Mateo se remite a una tradición, a lo que hubo antes y que posibilita su voz ahora (ora): una ciudad, pero también un movimiento, Hora Zero, que hizo de esta ciudad su poética. Frente a esa anterioridad del ahora, él se reconoce “extranjero”, su frente está marcada, como Caín y como Caravaggio justo antes de su muerte, ambos obligados al viaje debido al delito. Pero el antes del que parte Mateo no es un antes siniestrado, sino un antes nocturno que hace posible la iluminación presente. Como leemos en “Las arenas del Nilo”, la oscuridad ha sido inventada, es un antes entonces expresivo. Una ciudad yace y nos es dada a través de las imágenes de la noche, la arena, el mar, como el antes potencial de la voz poética. En “Prefiguración de Babel”, el sujeto poético se haya delante de la construcción de la torre, tenemos la impresión de que es uno de los que la está construyendo “A cuatro pasos del barranco, me he recostado sobre el césped caliente antes de retomar la / jornada” (p. 25), y asistimos al momento exacto del castigo divino “escucho conversar a una joven pareja cuya lengua no comprendo, / en nada distinta al coloquio que las gaviotas reanudan cada mañana” (p. 25). Sin embargo, este castigo no es más que el recordatorio de nuestra finitud por parte de la divinidad. Entendido así, el castigo es darse cuenta de que en la diversidad, en la no comprensión causada por la multiplicidad de lenguas, hay también la manera de regresar al silencio primordial: “Ignoro el significado de tanta música / aunque intuyo que han nombrado el cielo, este mar, otras ciudades / el mundo todo invocado en un ruido infinito / Cuál la fuente –digo, cuando ya han callado– el surtidor de nuestras voces, / de dónde nuestros distintos grados de medir el silencio”. Este silencio primordial es una nada activa: “Nada responde: mediodía: graznidos de pájaros” (p. 25). El silencio primordial es también el origen de la música, de una música que no pertenece solo al hombre, sino también a la naturaleza, como nos muestra este poema, a esto volveremos en un segundo. El silencio primordial de la indiferenciación de lenguas que pervive en la diferenciación es el ámbito metalingüístico. En su Tractatus logico-philosophicus (2013), Wittgenstein se refiere a este nivel como un nivel que puede ser mostrado pero no dicho, no expresado, este nivel es el nivel que al final del libro llamará “lo místico”, y es a este nivel al que su escalera de análisis lingüísticos nos ha querido conducir para luego destruirse y dejarnos en la perplejidad. En sus Investigaciones filosóficas (2017), Wittgenstein encuentra la fórmula para referirse al lenguaje en su totalidad incluyendo lo místico: el ver aspectos. La citación que comienza el poemario es justamente la primera parte de uno de los parágrafos de este libro en el que Wittgenstein presenta el problema de aquello, las emociones, los sentimientos, que no podríamos traducir del mismo modo en que el explorador traduce a aquellos que hablan en monólogos. El sentido del lenguaje pensado como un intercambio de experiencias que permite ver diferentes aspectos de lo real solucionará esta problemática en el mismo libro. Mateo Díaz muestra aspectos a partir del monólogo, como anuncia en su epígrafe, y estos aspectos son autorreferenciales, es un monólogo en el que el sujeto y el objeto se identifican, Mateo presenta un monólogo sobre sí mismo. Esta autorreferencialidad es, en efecto, tal vez la única forma de comunicar aquello que, según el Wittgenstein de la Conferencia sobre ética (1997), es lo más universal siendo a la vez lo más íntimo o lo más particular, exprimible solo por el lenguaje por el que exprimimos los milagros. Esto nos obliga a pronunciarnos aquí sobre los motivos religiosos del poemario.

Si bien el relato de la torre de Babel la encontramos en el Antiguo Testamento, lo que nos lleva a inspirarnos de las reflexiones filosóficas de corte judaico, la solución final de este problema se encuentra en el Nuevo Testamento, lo cual tiene que ver con el nacimiento del cristianismo. Es decir, la solución de la Torre de Babel puede leerse como el surgimiento de la historia de toda una religión, si se nos permite inspirarnos de una lectura hegeliana de este asunto. Dios, que había aparecido como recolección de voces en una identidad absoluta, “Yo soy el que soy”, se hace aquí hombre, finitud, mortal, carne, pasión, para conducirnos así a la unidad de lo material y lo formal, el amor, capaz de darnos nuevamente voz legítima: redención, y esta redención es relatada por los apóstoles. Esto es importante pues la identidad de aquel que relata es testimonio de que la voz del individuo ha sido redimida, imagen de esto son las lenguas de fuego como figura del espíritu santo que aparecen luego de la muerte de Cristo. Es preciso entonces un nacimiento, una muerte y un apóstol, para dar solución al problema de Babel, para ser reconducidos a la pura expresividad. Mateo Díaz Choza resume esto tal vez siendo demasiado consciente de las consecuencias especulativas que implica la introducción de una lectura religiosa de su nombre. Encontramos, pues, un nacimiento material, en “El poema sobre la natividad” y en “Sobre la natividad (otra vez)”, y se trata de un nacimiento corporal, sensual –sobre esto, encontramos referencias a La noche oscura del cuerpo de Eielson (1996), que se refiere a sí mismo como mono–, pero también lingüístico. El nacimiento es el nacimiento de un hombre y de un poeta, un apóstol, como leemos en “Monólogo de Mateo”: “Cosas extrañas están sucediendo. Cuando los domingos al mediodía recito en los mercados, / los más pobres se acercan y me alcanzan unas monedas, hoy lo sé, antes por compasión que / por admiración. Un día, mientras revisaba mis ganancias, escuché mi nombre y la voz de un pescador. Dijo que un hombre me buscaba” (p. 32). Devenir hombre, nacer, es devenir poeta, es conocer el secreto de la carne, es hablar el silencio. Como diría Rosenzweig en su libro La estrella de la redención (1997), “si uno puede ser un hombre sin hacer la poesía, él no devendrá hombre que si, en un momento dado, hace la poesía”. Sin embargo, el poeta, o el apóstol es mortal, conoce las tentaciones mundanas y es por esto que el “Monólogo de Mateo” se resuelve en el “Monólogo de Iscariote”, de expresiones estruendosas y desligadas. La ruptura ruidosa de lo divino puede hacer posible la pasión. En el “Monólogo del Nazareno” tenemos a un maestro que guía hacia esta pasión que consiste en dejarlo todo y ser perseguido. Por esto, Mateo es un discípulo fiel, porque sigue al maestro en el abandono y en la pasión. La pasión y la vocación de Mateo han sido interpretadas por Caravaggio, en sus lienzos que se encuentran aún en la Capilla Contarelli de la Iglesia de San Luis de los Franceses. La vocación y la pasión son dos caras del hacerse apóstol en esta lectura religiosa, dos caras de hacerse poeta en la radicalidad del lenguaje, que, en la condición de Mateo Díaz, es también el ser extranjero. Los apóstoles son extranjeros y también los poetas que se han alejado del lenguaje ordinario para hablar desde la expresibilidad, pues se han convertido en extranjeros de sí mismos. Leemos en “Monólogo del extranjero”: 9/ Lo que está más cerca de mí es lo que no puedo ver de mí. / El espejo me devuelve una silueta oscura: / 10 / Mar rodeado de islas, Gorjeo sin paladar. / Lengua que se trenza. Punto sobre circunferencia” (p. 80). Solo la pasión da cuenta de que la divinidad se hace hombre, y toda pasión es testimonio de esto, de que expresamos algo divino en nuestro lenguaje mundano, de que expresamos a un otro solo siendo extranjeros de nosotros mismos.

Caravaggio aparece en los anteriores poemarios de Mateo Díaz, tanto como la música y la mundaneidad del cuerpo. Si atendemos a las continuidades presentes en sus tres obras, este tercer poemario de Mateo Díaz puede comprenderse como el paso de la expresión latente (Av. Palomo), pasando por la llamada simbolista de la lucidez (Libro de la enfermedad) a la expresión manifiesta en su expresibilidad (Monólogos desde Babel). Los monólogos de los apóstoles y Caravaggio comienzan a aparecer en la segunda parte del Libro de la enfermedad. Pero en Monólogos desde Babel, este aspecto deviene tema. Caravaggio, que es imagen de lo místico, de la luminosidad y de la pintura, en el Libro de la enfermedad, en Monólogos desde Babel, se materializa también en voz poética y en melodía. La música adquiere su existencia y su dignidad de la repetición, justamente, la palabra análoga a la palabra “repetir” en francés se usa para las prácticas musicales y los espectáculos. El lenguaje musical es el lenguaje que expresa por medio de la repetición de las formas que no son totalmente idénticas ni totalmente diferentes, razón por la que la música toca el misterio más profundo del lenguaje. El poemario que nos entrega Mateo Díaz es un poemario que hace forma de estas repeticiones, como podemos apreciar en el poema “Cinta de Moebius”, pero también que hace tema de estas repeticiones. Así, en “Una temporada en el desierto”, hay una mención a Ravel, emblema musical de cómo hacer expresividad mediante la repetición, pero Mateo no hace referencia aquí a su Bolero, sino a su Concierto en Sol, un concierto para ser tocado, como coloca entre paréntesis en el mismo verso, con “ambas manos” (p. 41). Ravel había compuesto otro concierto pero solo para la mano izquierda, esto Mateo Diaz lo dice sin decir, como dice también que este concierto fue compuesto por Ravel para el hermano de Wittgenstein, filósofo del lenguaje a quien le debemos el giro lingüístico en la filosofía contemporánea. Y escuchando el Concierto en Sol de Ravel, tercer movimiento, Mateo nos permite recuperar la naturaleza como expresividad melódica primera: “Estirado sobre la hierba, el sol cae perpendicular / hacia el océano / y yo, tendido / escuchando las voces de los turistas japoneses / advierto ahí, una melodía. / A pocos pasos del abismo / en el punto más bajo de las estribaciones andinas / los dedos aún no pulsan el acorde que los define. / ¿es una trampa la profundidad? (p. 41). La profundidad puede ser vista, desde una lectura merleaupontyiana, como el distanciamiento del ser primordial que el artista intenta socavar por medio del estilo. Monólogos desde Babel es, entonces, el mono-logos de aquel hablante que somos cada uno de nosotros, desde la historia de una diferenciación que es pasión y extranjería, y de una reconciliación en el estilo melódico que logra, con profundidad, recolectar voz y estancia en la unidad espiritual del lenguaje.

Referencias:
Agamben, Giorgio. (2011). Infancia e historia, traducción de S. Mattoni, Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
Benjamin, Walter. (2007). “Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre el lenguaje de los hombres”, en: Obras, II, 1, traducción de J. Navarro Pérez. Madrid: Abada, pp. 144-162.
Borges, Jorge Luis. (1972). El hacedor, Madrid: Alianza Editorial.
——. (1996). El otro, el mismo. Buenos Aires: Emecé.
——. (1999). La memoria de Shakespeare, Madrid: Alianza Editorial.
Eielson, Jorge Eduardo. (1996). La noche oscura del cuerpo, Lima: Jaime Campodónico.
Rosenzweig, Franz. (1997). La estrella de la redención, traducción de M. García Baró, Salamanca: Sígueme.
Wittgenstein, Ludwig. (1997). Conferencia sobre ética, traducción de Fina Birulés, Barcelona: Paidós.
——. (2017). Investigaciones filosóficas, traducción de J. Padilla Gálvez. Madrid: Trotta, 2017.
——. (2013). Tractatus logico-philosophicus, traducción de L.M. Valdés Villanueva, Madrid: Tecnos.

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