Por: La Alda
Conocí a Gloria hace un par de años, cuando era una de las gestoras del recordado festival de libros contrahegemónicos Antifil. Recuerdo haberme topado un par de veces con su nombre cuando era apenas una marikoncita universitaria. En ese tiempo, también quería ser periodista como ella. Una comunicadora —de la información sensible— comprometida y responsable con la verdad. Al final, el tiempo me condujo por otro sendero bello y empinado: la escritura.
Muy pocas personas lo saben, pero con la poesía me pasa que siempre llega sola. Si bien no puedo negar que a veces la busco, los poemarios y poetas que he disfrutado siempre han aparecido cuando han querido. También cuando los he necesitado.
Hay muchos momentos para destacar en Presagio y sedición de la orquídea madre, segundo poemario de Gloria y el primero con el que me adentro en su obra poética. Lo principal en la poesía no solo es la belleza (cuando hablo de belleza, me refiero al significado que conlleva esta palabra en toda su complejidad), sino su musicalidad, como diría mi amiga, hermana y también poeta travesti trans Saló Tomoe. Del poemario de Gloria: “Es una maldición de la Natura / te han desterrado las flores y plantas / eres una especie sin raíces ni belleza”. Y sin vida, no hay belleza.
Este libro tiene bellos pasajes de ritmo, musicalidad y verdad. En la primera parte: De arbustos, animales y sombras; la muerte y el exterminio extractivo de la vida animal, vegetal y humana, interpelan la voz poética de su autora. Cito: “se extingue la vida en el jardín / la muerte se maquilla / cuando captura seres interestelares/ se asume mariposa o polilla / según lo prometido en el bautismo”.
Con el paso de los poemas, la imagen de un cazador inescrupuloso toma fuerza mientras la madre Naturaleza comienza a sublevarse “contra la historia”, mostrando los primeros pasos de su levantamiento luminoso. “No aprenden los hombres / niegan esa historia, / pronuncia lento el huarango / otra vez han faltado respeto al río / creen que toda piedra es preciosa / que la ciudad es eterna”.
Inevitablemente, vienen a mí figuras entrañables como el escritor Pedro Lemebel y su rebelión de taco alto contra el canon literario, o la artista Javi Vargas y su descaro interviniendo con lápiz labial a figuras heroicas o respetables como Túpac Amaru, Mariátegui y Velasco. Hipermasculinizados por la Historia (con H mayúscula) y sus gobiernos, que han intentado desaparecer nuestras raíces y todo rastro de rebeldía “colorida” contra lo impuesto. El género, el sexo, la lengua, la fe, el consumo, la vida. Algo de lo que Gloria, implícitamente, también habla desde el dolor y la furia de saberse parte de la catástrofe.
Lo que empieza como un binomio de “muerte-vida”, se dibuja desde la llegada de los huaicos, incendios forestales, la caza de especies vivas en peligro de extinción. La autora cuenta: “Un silbido en las alturas / es el carroñero que ha llegado / otro crujido entre las ramas / es un árbol que ahoga una orquídea”.
Aquí, una sed de venganza conjura lamentos y reproches contra el borrado de la madre Natura y las cartas que, en la segunda parte del poemario, Gloria dirige a su máxima creadora. «Por nuestra culpa de seres materiales, por nuestra obsesión con los metales y la muerte. No entendimos nuestra animalidad y hemos puesto un precio a tus hojas, tus tallos, tu sexualidad colorida”, (como enuncia en “Ofrenda y petición”’).
La autora reconoce y vaticina la maldición contra los crímenes perpetrados por las empresas y fuerzas políticas (leyes desastrosas contra el medio ambiente; plásticos y mercurio en los ríos, lagunas, en el organismo de las personas). “Y otra vez la piel contra el fuego / como un acto de ilusionismo / porque la carne apenas quema / y las heridas permanecen”.
En línea con la paradoja de la vida trayendo muerte, el gallinazo azul tritura los huesos de la sachavaca. El cazador recolecta una “ruma de cráneos”. Esto trae una respuesta: “cuerpos son arrastrados por el río / la vida del bosque es arrancada / su maquinaria tiene ojos de serpiente / dientes de piraña”.
En la última parte (De luces, plantas y reflejos), la obra y su creadora ejecutan lo tallado en las piedras de las cataratas. La ancestralidad es una herencia que las “hijas huacchas” entonan desde lo más hondo, fusionándose con la madre de “un solo mundo, una sola tierra”. “Cuerpo a cuerpo contra el fuego / ramas y palos contra calibre dieciocho / raíces rompiendo el cemento / luchan los árboles en el fin de los tiempos”.
Como símbolo de la revolución, las luciérnagas muestran el camino al pantano de la esperanza. La madre montaña carga con un hueco “que se pudre”. “El mercurio sobre tus venas / (…) Pálida y enferma / envenenadas tus ovejas / muertas las truchas / enloquecidas tus quebradas”. No obstante, destaca Gloria, lo que se descompone “también renace”. A través de las ideas, convicciones y la vida desterrada. “La revuelta de la natura está iniciando”. “Toda comunión (…) / es cambio radical. Escuchar una orquídea / es un acto de rebeldía / amar el árbol inquieto / sublevación”. “Con un pacto con nuestro ser animal y una comunión con lo plantae“ se instaura realmente la sedición. La decisión de “entenderse en la naturaleza”.
La autora vuelve realidad el presagio apelando: “Cargar una culpa milenaria / que sacude nuestro ser animal / no marca nuestra desgracia. (…) Seamos otra especie-mundo / destrocemos la mano-hierro / entendamos nuestro ser-muerte-vida / abandonemos la distopía / Seamos planta-vida-Tierra”. La tierra vuelve a ser fértil gracias a un dios felino que batalla. En el jardín, la revolución produce un despertar y, con ello nace “un animal sin destino”. Otra naturaleza.Cito: “Abre sus alas el hijo de los cerros / puede ver el destino del hombre / llevarlo al sol o al abismo”.


