Por: Gabriela Atencio
En su monólogo Oda a una flor, el premio Nobel de Física Richard Feynman responde al prejuicio de un amigo artista, quien lo cree incapaz de acceder a la belleza de una flor debido a que su óptica científica tiende a desmontar las cosas, volviéndolas aburridas e insustanciales. Para Feynman, sin embargo, la belleza no residiría únicamente en la dimensión captada por la vista, sino puede ir más allá: a la estructura interior ¡incluso los procesos! Cito: “El hecho de que los colores en las flores hayan evolucionado y atraigan a los insectos significa que los insectos pueden apreciar el color. Eso añade preguntas: ¿el sentido de la estética también lo tienen las formas de vida menores de la naturaleza? ¿Por qué les resulta estético? Toda esta clase de interesantes cuestiones surgidas del conocimiento científico no hacen sino sumarle misterio e interés a la impresión que deja una simple flor. No entiendo cómo podría restárselo”.
Teoría del polen de Victoria Ramírez nos lleva por la vida secreta de las plantas a través de un ejercicio contemplativo de largo aliento en el que convergen el discurso científico y una notable sensibilidad. A lo largo del poemario, daremos cuenta del devenir ciencia de la poesía y devenir poesía de la ciencia, en un proceso de desterritorialización y reterritorialización que corresponde a un discurso rizomático. Entenderemos más adelante que el rizoma, tallo subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes herbáceos de sus nudos, constituye una forma de pensamiento postantropocéntrico.
En Mil Mesetas, Deleuze y Guattari señalan como sabiduría de las plantas que –incluso teniendo raíces– siempre hay un afuera en el que hacen rizoma con algo: con el viento, con un animal, con el hombre. Para estos filósofos, no habría nada más bello, más amoroso, más político que el rizoma. Cito: Estamos cansados del árbol (como modelo de pensamiento). No debemos seguir creyendo en los árboles, en las raíces o en las raicillas, nos han hecho sufrir demasiado. La cultura arborescente jerarquiza: coloca al hombre por encima de la naturaleza cuando en realidad conformaríamos lo que Donna Haraway da a conocer como naturocultura emergente, una mutiplicidad no estática, un entramado vivo de devenires, donde las vidas humanas y no humanas son parte de un mismo continuum relacional.
Podría decirse que en Teoría del polen no existen jerarquías, conviven pinos Wollemi, malvillas, zorzales y adolescentes que pierden la pelota, están los procesos fisiológicos de las plantas, las dinámicas ecológicas y los placeres de la posguerra. También cohabitan lo documental junto al experimento, el registro botánico, el prensado de flores y la poesía reflexiva en torno a una alteridad que –parafraseando a la poeta– se revela y se rebela mediante el verdadero lenguaje de la omisión. Cito a Victoria: Una planta no miente si guarda silencio.
Interrogar a las plantas es conocer el mundo, porque ellas son constructoras de este. Todo lo que tocan lo transforman en vida, haciendo lo que para el resto de vivientes será un hábitat, un mundo. Michael Marder, filósofo canadiense, diría “las plantas jamás han abandonado el mar: ellas lo han traído ahí donde no existía. Han transformado el universo en un inmenso mar atmosférico y han transmitido a todos los seres sus hábitos marinos. La fotosíntesis no es más que el proceso cósmico de fluidificación del universo”.
El reino vegetal, según Marder, ha sido extrañamente marginal en el pensamiento. La perspectiva occidental atribuye a las plantas una pura pasividad pues entiende como “acción” el imponer nuestra voluntad en el mundo que nos rodea por sobre los conflictos que esta imposición genere. La interactividad o interpasividad, de la que gozan las plantas, por el contrario, sostiene y da forma a los ecosistemas, lo que demuestra que son intensamente activas. Estas reflexiones nos deberían llevar a replantear o replantar nuestro lugar en el mundo.
Victoria Ramírez desdibuja esta religión de la inocencia impuesta a las plantas mostrándonos la violencia de sus tropismos, invistiéndolas también de afectividad, placer sexual, la posibilidad del trauma, la represión del dolor y el sueño. Somos plantas bastante extrañas, pero plantas finalmente pues compartimos los mismos átomos, el hábito de recapitular nuestra condición embrionaria y sobre todo el mismo aroma prensado y endurecido por el tiempo, al que Teoría del polen se refiere como alma. Ante esto no resulta sorprendente por qué Ovidio en Las Metamorfosis establece una proximidad entre la esencia humana y la vegetal.
Por último, comentar este herbario del aún es posible ver, donde Victoria retoma el ejercicio de Gabriela Mistral en Poema de Chile de nombrar la flora nacional para recuperarla a través de la Palabra. Si investigamos a cada especie que asiste a Teoría del polen encontraremos que la mayoría está extinta o, en el caso más optimista, vulnerable o en peligro de extinción. Los poemas en este libro, por su longitud, favorecen a una economía de la memoria, lo que, en palabras de Jacques Derrida, permitirían aprenderse por el corazón. A través de este artificio es como Victoria instaura una estética de la conservación, nombrando no solo a las especies sino el campo semántico de la extinción.
En febrero de 2024 Chile, especialmente la región de Valparaíso, sufrió el segundo incendio más letal de su historia y habiendo transcurrido tres años de la primera edición de Teoría del polen, la voz de Victoria Ramírez, no resulta menos oportuna ni política. Sabemos que las plantas son sensibles e interactúan entre ellas, tienen un valor no instrumental y sus propios intereses que cautelar. Sin embargo, como no se les atribuye una subjetividad como sí se hace con animales y humanos, no se habla de justicia hacia las plantas. ¿Puede existir una justicia vegetal? Estas cuestiones se plantean dentro de una crítica al extractivismo y a la deforestación que amenazan nuestros territorios. No más zonas de sacrificio y sí a leyes que prohíban construir sobre terrenos incendiados. La esperanza no es optimismo, que se alimenta de ilusiones con que se nos mantiene tranquilos a bajo coste; la esperanza, según George Benanos, es la desesperación superada. Reparar o replantar el mundo no se trata de soñar con la gran noche, sino en prepararse para el futuro.
Quisiera finalizar con unos versos de Cecilia Vicuña, quien alguna vez soñó y le pidió a Salvador Allende un día de la semilla: «El tejido es el órgano de un sonido / La semilla genéticamente alterada rompe el ritmo de la música terrenal / Solo un gesto colectivo de amor podría parar la destrucción».


